Sunday 6 May 2012

AIRGAMBOY EN MADRID



La leyenda que más me gusta de Madrid es ésa que dice que si te comes un moco en esa ciudad, sabe a merengue. Aunque recientemente he comprobado que no es cierta.

Siempre que estoy en Madrid, me asalta una sensación de deja vu. Un poco como estar en  un capítulo del No-do. En Nueva York también me sucede algo así, pero en Madrid sin duda  los deja vu tienen un punto mucho más castizo. Vamos, que en lugar de esperar a Doris Day descendiendo de un taxi amarillo, o de encontrarte a Audrey Hepburn reflejada en el escaparate de Tifanny’s, pienso más en Paco Martínez Soria y su cesta con los pollos, o en Gracita Morales conduciendo un Citroën 2CV (hay que ver lo que me gusta la diéresis) alrededor de la puerta de Alcalá, al son de dabadá sorteando a modelos Seat con Licencia Fiat.
Siendo de Barcelona, las comparaciones entre las dos ciudades son  siempre inevitables. Durante años, las comparaciones siempre han sido favorables a la Ciudad Condal, por su arquitetura, por el mar, por Gaudí, por las Ramblas… pero hoy, por hoy, creo que Barcelona ofrece una versión tan descafeinada de lo que era antaño, y se ha convertido en tal escaparate de franquicias, que Madrid me resulta un lugar mucho más afable y auténtico.

Y es que en Madrid siguen existiendo tiendas independientes que venden abanicos,  sombreros,  cuchillos, y santos. Los bares del centro, con sus jamones colgados,  siguen estando regentados por madrileños en su maryoría, y ofrecen un “pincho” de chuparse los dedos con cada copa que te tomas. Y el pan de Madrid… mi favorito del orbe entero!

Una vez que sales del centro, Madrid me parece un horror, con kilómetros de calles impersonales sembradas de edificios anónimos e infinidad de polígonos satélites entrecortados por una red imposible de autopistas y carreteras de circunvalación eternamente atascadas.

Pero el centro, aunque pequeño, es maravilloso; sin pretensiones de modernidad, sin ansias de europeización, con una honestidad que roza en lo rústico,  y que es precisamente lo que la hace mucho más cosmopolita de lo que su equivalente catalana se cree.

Tal vez sea la capitalidad, o la abundancia de subvenciones para las artes, pero  lo cierto es que artistas de todo el país llegan a Madrid cargados de ilusión para intentar abrirse camino en el mundo del cine, la televisión, el teatro, la música… Tal vez sea en esto en lo que reside su gracia. Quizás sea esta la clave de su cosmopolitismo y por eso ha conseguido conservar su identidad, porque no necesita intentar parecerse a Londres, a Berlín o a Nueva York, su propia energía la mueve y la re-define desde dentro, no desde fuera.

Madrid se parece más a la Barcelona que yo recordaba de pequeño que la Barcelona actual, y, aunque me considere ciudadano del mundo, hoy por hoy me siento más en casa en Madrid que en Barcelona (aunque mis lazos sentimentales con Barcelona son mucho más intensos).

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