La leyenda que
más me gusta de Madrid es ésa que dice que si te comes un moco en esa ciudad,
sabe a merengue. Aunque recientemente he comprobado que no es cierta.
Siempre que estoy
en Madrid, me asalta una sensación de deja vu. Un poco como estar en un capítulo del No-do. En Nueva York también
me sucede algo así, pero en Madrid sin duda los deja vu tienen un punto mucho más castizo.
Vamos, que en lugar de esperar a Doris Day descendiendo de un taxi amarillo, o
de encontrarte a Audrey Hepburn reflejada en el escaparate de Tifanny’s, pienso
más en Paco Martínez Soria y su cesta con los pollos, o en Gracita Morales
conduciendo un Citroën 2CV (hay que ver lo que me gusta la diéresis) alrededor
de la puerta de Alcalá, al son de dabadá sorteando a modelos Seat con Licencia
Fiat.
Siendo de
Barcelona, las comparaciones entre las dos ciudades son siempre inevitables. Durante años, las
comparaciones siempre han sido favorables a la Ciudad Condal, por su
arquitetura, por el mar, por Gaudí, por las Ramblas… pero hoy, por hoy, creo
que Barcelona ofrece una versión tan descafeinada de lo que era antaño, y se ha
convertido en tal escaparate de franquicias, que Madrid me resulta un lugar
mucho más afable y auténtico.
Y es que en
Madrid siguen existiendo tiendas independientes que venden abanicos, sombreros, cuchillos, y santos. Los bares del centro, con
sus jamones colgados, siguen estando
regentados por madrileños en su maryoría, y ofrecen un “pincho” de chuparse los
dedos con cada copa que te tomas. Y el pan de Madrid… mi favorito del orbe
entero!
Una vez que sales
del centro, Madrid me parece un horror, con kilómetros de calles impersonales
sembradas de edificios anónimos e infinidad de polígonos satélites
entrecortados por una red imposible de autopistas y carreteras de circunvalación
eternamente atascadas.
Pero el centro,
aunque pequeño, es maravilloso; sin pretensiones de modernidad, sin ansias de
europeización, con una honestidad que roza en lo rústico, y que es precisamente lo que la hace mucho más
cosmopolita de lo que su equivalente catalana se cree.
Tal vez sea la
capitalidad, o la abundancia de subvenciones para las artes, pero lo cierto es que artistas de todo el país
llegan a Madrid cargados de ilusión para intentar abrirse camino en el mundo
del cine, la televisión, el teatro, la música… Tal vez sea en esto en lo que
reside su gracia. Quizás sea esta la clave de su cosmopolitismo y por eso ha
conseguido conservar su identidad, porque no necesita intentar parecerse a
Londres, a Berlín o a Nueva York, su propia energía la mueve y la re-define desde
dentro, no desde fuera.
Madrid se parece
más a la Barcelona que yo recordaba de pequeño que la Barcelona actual, y,
aunque me considere ciudadano del mundo, hoy por hoy me siento más en casa en
Madrid que en Barcelona (aunque mis lazos sentimentales con Barcelona son mucho
más intensos).
No comments:
Post a Comment